El ejercicio más frecuente que puede realizar el ser humano es caminar. Se trata de una actividad física que además de ofrecer beneficios a la salud, facilita el descubrimiento de las actividades de distintos lugares. Sin embargo, caminar no es un acto que ocurra en el vacío, es una forma de reflexión para tomar conciencia del espacio y apropiarse de él (Aguilar-Díaz, 2016; Salinas, 2021). Los peripatéticos, seguidores de la escuela de Aristóteles, eran denominados así porque su práctica reflexiva la realizaban caminando.
Durante cinco días un grupo de estudiantes de la Licenciatura en Sustentabilidad Ambiental de la Universidad iberoamericana Ciudad de México, caminaron acompañados por el territorio de cinco comunidades agrarias que forman el Sistema Comunitario para la Biodiversidad (SICOBI), para reflexionar acerca de sus propuestas de intervención en el complejo hidrológico Copalita-Zimatán-Huatulco (COZIHUA).
Camino Copalita es un proyecto con más de diez años de trabajo comunitario que plantea otra forma de hacer las cosas en medio de un contexto rural de desigualdad Maldonado-Maldonado, 2023). En esta ocasión la ruta, sin dejar de lado su esencia, se convirtió en una experiencia de pedagogía itinerante, en la que caminar ofreció una forma distinta de conocer sobre las relaciones de las personas con su territorio. Esta actividad permitió conocer y experimentar los paisajes en donde se desarrolla la vida cotidiana de quienes habitan las comunidades rurales de la Ruta Camino Copalita, con el objetivo de desarrollar propuestas que busquen contribuir con la conservación de la naturaleza, el cuidado y bienestar social, la disminución de las desigualdades y la preservación de la riqueza biocultural con una perspectiva integral, transdisciplinar y sustentable.
A lo largo de la práctica de caminar, no exenta de dificultades técnicas y riesgos, pues se anda por veredas estrechas y empinadas, llenas de piedras, a veces junto a barrancos profundos o con encuentros imprevistos como los de una víbora de cascabel, los alumnos fueron adquiriendo un conocimiento corporizado y experiencial, tanto individual como colectivo del paisaje que interviene en los medios de vida de quienes habitan esas comunidades y que se organizan entorno del proyecto y su recorrido mediante su participación en comités y asambleas comunales que benefician de forma directa a las comunidades involucradas.
Caminar algunos días en la vanguardia motivado por el impulso del grupo y otros rezagado por el cansancio acumulado, permitió conocer el territorio de las comunidades, siempre con relación a diversas actividades que forman parte de la vida cotidiana de los anfitriones de la ruta: la elaboración de alimentos junto a la crianza de los niños, las tareas agrícolas, las prácticas forestales, la cría de animales, la recolección de leña y su acarreo en mulas; así como la actividad cafetícola de familias y comunidades.
La ruta dio inicio con el traslado por carretera desde la Universidad Iberoamericana a la ciudad de Oaxaca, seguida por una breve estancia en la capital del estado en un intenso día de calor a finales del invierno. De ahí, una larga travesía en camionetas hasta un paradero en San José Cieneguilla, donde las hijas de doña Juana, atiende afablemente y sin prisa al grupo, sin importar el tamaño. El día concluye en el primer campamento a las faldas del cerro Nuble Flan, la cumbre más alta de todo el estado en la comunidad de San Juan Otzolotepec. Al otro día, luego de un frío intenso pero matizado por la emoción del primer día, el ascenso al cerro comienza a las cinco de la mañana para contemplar el amanecer y dar paso a la caminata de más de seis horas hasta el siguiente campamento. Con cada paso se puede sentir la magnitud del esfuerzo que implica la ruta, y es que Camino Copalita no está hecha para todos, ya que implica un gran esfuerzo físico y una gran fortaleza mental.
Luego de una deliciosa cena y un merecido descanso en la comunidad de san Francisco Otzolotepec, el segundo día de caminata, se transforma obligadamente en una experiencia muy completa acerca del manejo del café y su beneficio seco. La tarde concluye con una ligera caminata hacia el tercero de los campamentos ubicados en San José Otzolotepec. Para el tercer día, luego de la primera ducha tras dos días de no tocar el agua y el jabón, una noche muy ruidosa y la celebración de un cumpleaños, permite retomar la ruta para llegar hasta San Felipe Lachilló, lo que implicó el mayor de los esfuerzos físicos de toda la ruta, pero también la mejor oportunidad para entender cómo el territorio y sus paisajes definen buena parte de los medios de vida y actividades de quienes los habitan. La posibilidad de admirar paisajes imponentes, rellenar nuestras botellas con agua pura y fresca de nacientes a nuestro paso, y compartir colectivamente el alimento, fueron haciendo consciente al grupo de la experiencia vivida. Hasta ese momento, la experiencia de la ruta brindaba la oportunidad de conocer sus medios de vida a través del diálogo con nuestros anfitriones, ya sea durante las breves presentaciones en cada uno de los campamentos, durante los espacios de comida o en las charlas particulares durante las caminatas. Luego de experimentar en carne propia que la caminata es la única posibilidad de atravesar el territorio, el grupo fue más consciente acerca de las carencias de la ruralidad en el país.
Todo ese esfuerzo tuvo su recompensa al llegar a las cascadas de Yuviaga y disfrutar de su azul intenso y frío. Para el cuarto día, luego de una pequeña caminata a las cuevas y un desayuno memorable, emprendimos la última de las caminatas sobre una brecha para llegar hasta san Miguel del Puerto, disfrutar de una nieve, un partido de basquetbol y alguna que otra mirada al celular en la primera comunidad de todo el recorrido con la posibilidad de conectarse a internet mediante la compra de fichas. Atrás, se habían quedado ya, más de 3500 metros de altitud.
La llegada a la comunidad del Mandimbo resultó ser una experiencia integradora, donde lo recorrido en la ruta, tiene su máxima expresión en cuanto a conocimiento territorial adquirido. Una sesión de reflexión colectiva acerca del proyecto Camino Copalita y la experiencia de este primer viaje de estudiantes de la Ibero, así como un circuito que incluyó la elaboración de tostadas, la visita a parcelas demostrativas y un recorrido por un pequeño jardín botánico, fueron el cierre de cinco días de caminata. La ruta concluyó al quinto día con un traslado en camionetas a la barra Copalita para realizar un descenso en lanchas hasta la bocana del río. Ya en la playa, un merecido chapuzón en el mar, un regalo al cuerpo luego de la hazaña de caminar cerca de 60 km. Finalmente, luego de una buena ducha en regadera, la cena con unas pizzas que nunca defraudan, una última caminata del centro de la Crucecita al hotel, resultó ser el mejor cierre para una semana de aprendizaje itinerante.
Al final, los reportes de las y los estudiantes que entregaron como parte de la sistematización de la experiencia, entre coordenadas geográficas de las ubicaciones y descripciones de las comunidades visitadas, dan cuenta de los espacios de diálogo abierto, el entendimiento de otras formas de buen vivir, de la gestión del territorio y del manejo comunitario; pero también, de las carencias observadas, la vulnerabilidad de las mujeres, la migración obligada por la pobreza, y el esfuerzo físico que implica caminar el México rural.
Referencias
Aguilar Díaz, M. Á. (2016). El caminar urbano y la sociabilidad. Trazos desde la ciudad de México. Alteridades, 26(52), 23-33.
Salinas, F. M. (2021). Apuntes para una (auto) etnografía del caminar. Antropologías del sur, 8(16), 305-315.
Maldonado-Maldonado, A. (2023). Oaxaca a pie. Nexos, registro personal. Disponible en: https://www.nexos.com.mx/?p=71681