Por José Alberto Lara y Ximena Bailón.
Dos grandes problemas del mundo son la guerra y la destrucción de la naturaleza. Lamentablemente, ambos fenómenos están relacionados y se retroalimentan. En este texto haremos referencia a esta relación aportando algunos datos que dimensionan el problema.
La guerra genera un enorme consumo de recursos, tales como tierras raras, agua e hidrocarburos (Conflict and Enviroment Observatory). Para tener una idea de la magnitud de esta demanda, el ejército de EUA consume más hidrocarburos que la mayoría de los países. Esto lo coloca como uno de los principales emisores de emisiones de gases de efecto invernadero en el mundo.
Se calcula que entre 5 y 6 por ciento de la superficie mundial está ocupada por áreas militares. Esta área es equivalente a la superficie que ocupan todas las ciudades del mundo.
Durante los procesos bélicos es común que se ataquen deliberadamente zonas industriales, lo que tiene profundos efectos ambientales. Esta práctica se remonta hasta la antigua Roma y Asiria, cuando se arrojaba sal a las tierras cultivables con el objetivo de dejarlas inutilizables y causar la rendición de los enemigos.
Una vez acabada la guerra los efectos ambientales perduran, por ejemplo, las minas, municiones y otro tipo de materiales que quedan en el territorio provocan que zonas agrícolas deban abandonarse o generan contaminación de cuerpos de agua con metales pesados.
Algunas armas convencionales tienen componentes tóxicos, como el uranio empobrecido o fósforo blanco.
La deforestación aumenta durante los conflictos bélicos. Asimismo, la gobernanza en los territorios se vuelve frágil y por tanto, se incrementa la probabilidad de que grupos delincuenciales tomen el control de los recursos naturales.
De acuerdo con las Naciones Unidas, en los últimos 60 años, 40% de los conflictos armados estuvieron ligados a la explotación de recursos naturales, tales como madera, metales preciosos, tierras fértiles y agua. Además, los conflictos relacionados con recursos naturales tienen el doble de posibilidades de reactivarse.
Durante la guerra de Vietnam se afectaron 2 millones de hectáreas de ecosistemas, lo cual representa 13 veces el tamaño de la CDMX. En Colombia, la guerrilla incrementó la deforestación en áreas naturales protegidas en 177% entre 2013 y 2015.
La guerra en Irak incrementó los casos de cáncer, defectos de nacimiento, y otras afecciones en la población.
Ucrania es un país altamente industrial, con minas, plantas químicas y metalúrgicas. Esto tiene dos efectos: por una parte, hay una alta exposición de esta infraestructura, lo cual puede provocar efectos ambientales profundos; por la otra, esta infraestructura industrial de por si genera altos niveles de contaminación, la cual se verá incrementada por el conflicto bélico. Esto generará mayor número de casos de asma, neumonía y bronquitis aguda. Además, se ha observado que en estas situaciones nuestro sistema inmunológico está ocupado lidiando con la contaminación, y lo distrae de estar atento a la presencia de virus, como el SARS-CoV-2.
En definitiva, la guerra provoca más afectación a los ecosistemas y más enfermedades. La paz es necesaria para la preservación de nuestra sociedad y los ecosistemas. Falta todavía mucha información sobre la relación entre guerra y medio ambiente. Las Naciones Unidas ha impulsado una iniciativa para recopilar el conocimiento que tenemos sobre esta relación, además, instauró el Día Internacional para Prevenir la Explotación del Medio Ambiente durante la Guerra y Conflictos Armados. El primer paso para resolver el problema es diagnosticarlo, luego sigue la acción.