Juan Manuel Torres Rojo
Un sistema alimentario es el conjunto de elementos físicos, ambientales, sociales, culturales, institucionales, tecnológicos y de infraestructura relacionados con la producción, procesamiento, distribución, preparación y consumo de alimentos, así como los efectos de estas actividades en el bienestar, salud, equidad de la sociedad y la sostenibilidad ambiental. Estos sistemas pueden identificarse a diferentes escalas temporales y espaciales, y su gestión apropiada es vital para crear oportunidades de crecimiento verde y equitativo, elevar el nivel de bienestar, salud y riqueza cultural de la sociedad, y por supuesto conservar el ambiente.
La reducción del hambre en las últimas 3 décadas, a nivel internacional, se ha dado gracias a los efectos derivados de la implementación de tecnologías de la revolución verde lanzadas durante la década de 1960, las cuales introdujeron variedades de cultivos más productivas y sistemas agrícolas más eficientes, mismos que continúan mejorado con el uso de tecnologías como la agricultura contralada, agricultura de precisión y el mejor conocimiento de los genomas de cultivos que ha permitido el desarrollo de variedades más adaptadas con condiciones ambientales y de sitio específicas (FAO 2012). Si bien existen regiones en el mundo donde todavía estos desarrollos tecnológicos no han arribado, los tomadores de decisiones, practicantes y científicos a nivel mundial han comenzado a prestar más atención a los desafíos de alimentar al mundo en presencia del cambio climático, el aumento de la población, el cambio de dietas de la sociedad, la presencia de enormes monopolios agroalimentarios y el uso persistente de sistemas agrícolas insostenibles que exigen más agua, energía, tierra e insumos de producción, y que están produciendo un enorme daño a la sociedad y al ambiente (Godfray et al. 2010, FAO 2015).
En este contexto, México no es una excepción. El país es marginalmente autosuficiente en el producto más consumido, el maíz blanco, cuya superficie de cultivo cubre casi un tercio de la tierra cultivable, pero tiene una productividad muy baja comparada con otros países. Solo basta recordar que, a principios de la década pasada, México tuvo que importar grandes volúmenes de este producto, principalmente de Sudáfrica. Afortunadamente, en los últimos años la productividad del grano ha mejorado como resultado de la expansión de sistemas de producción más intensivos y la introducción de estímulos para su cultivo, principalmente en áreas de cultivo bajo riego. En contraste, las regiones temporaleras, que representan la mayor superficie de cultivo, tienen una productividad muy baja (2.3 t/ha promedio), con escalas de producción pequeñas, tecnología y equipamiento limitado y reducida organización para la producción y mercadeo.
Los cambios en la dieta del mexicano promedio han exacerbado el problema de autosuficiencia alimentaria al inducir un mayor consumo en productos cárnicos, lácteos y de productos «ultraprocesados, cambios que contrastan con un menor consumo de frutas y hortalizas[1]. Un primer resultado de estos cambios es el aumento en la demanda de granos como el maíz amarillo, otros suplementos alimenticios para el ganado y diversos granos y cultivos industriales[2],[3], [4], el cual impone modificaciones en la cadena de producción, especialmente en el uso de recursos (energía, suelo, agua y biodiversidad), fomentando la expansión de la producción ganadera y la expansión de la producción de algunos cultivos, en particular los granos y los cultivos industriales, a expensas, en la mayoría de los casos, del cambio de uso de la superficie forestal. Esta dinámica altera la producción de servicios ecosistémicos de los ambientes naturales y los hace más vulnerables ante la presencia de fenómenos meteorológicos extremos. Un segundo resultado está vinculado a problemas de salud pública y de la mayor prevalencia de obesidad[5]y enfermedades crónico-degenerativas, como la diabetes y la hipertensión[6], problemas relacionados con la pérdida de bienestar y una mayor vulnerabilidad (económica, social y ambiental) de las personas, en particular de los más vulnerables[7],[8].
A lo largo de esta cadena de interacciones, algo es evidente, el problema no solo incluye el cambio en dieta y su suministro, el problema también involucra a todas las actividades y mercados intermedios de bienes y servicios vinculados al sistema alimentario, a nivel doméstico y a nivel global. Sólo para ejemplificar el contexto del problema con el cultivo de maíz, basta señalar que los mercados de insumos agrícolas (semillas, fertilizantes y pesticidas) están fuertemente concentrados[9], principalmente debido a la existencia de costos asociados con los procesos de generación de capacidades técnicas, investigación y desarrollo, y la ausencia de mercados intermedios eficientes de insumos, así como la existencia de un mercado muy fragmentado del producto final. Esta estructura de mercado reduce la eficiencia de los mercados y el bienestar de la población. Desafortunadamente, esa estructura de mercado se replica para muchos productos agroalimentarios a escala mundial, lo que también incrementa los problemas de equidad, bienestar y conservación del medio ambiente, así como la inducción al consumo de ciertos productos.
Si bien el problema de cambio en dietas es más evidente en la población urbana que en la rural, el problema de eficiencia del sistema alimentario no solo se restringe a las dietas de la gran población urbana y los grandes productores, o a los productos de mayor rentabilidad. El cambio en dietas también se observa en la población rural y los cambios de estrategias productivas en productores pequeños y de subsistencia, que siguen abandonando la producción de cultivos tradicionales y variedades criollas, así como el uso de sistemas de producción sustentables, por productos de mayor rendimiento y más fácilmente intercambiables en una localidad, sin hacer compensaciones ni en dieta, ni para asegurar la sustentabilidad ambiental.
Esta transición en los sistemas de producción de subsistencia y pequeña escala también tiene repercusiones ambientales, sociales, económicas y de salud. En estos casos, la búsqueda de estrategias de “Tecnología apropiada”, o, “Innovación Inclusiva” o “Innovación social” son alternativas productivas que aseguran sustentabilidad ambiental y contribuyen a diversificar la dieta para este tipo de productores. Adicionalmente, el desarrollo de sistemas de producción con Tecnología apropiada refuerza el conocimiento y los entornos económico, social y ambiental en pequeñas localidades. Además, promueve el empoderamiento de las organizaciones e incentiva la colaboración con diversos actores, ya sea científicos, técnicos, tecnológicos, hasta proveedores, clientes y otras organizaciones, lo que genera círculos virtuosos en varias dimensiones del bienestar.
El desarrollo de sistemas alimentarios eficientes y sustentables requiere de una visión global con una operación local y estratificada en la que se contextualice el problema de alimentar a las generaciones futuras de manera saludable y accesible, a través de sistemas productivos sustentables, amigables con la naturaleza, bajos en emisiones de gases de efecto invernadero y lo suficientemente eficientes y rentables que permitan mejorar el bienestar de los sectores productivos en sus diferentes escalas y contextos de mercado.
El desarrollo de estos sistemas invariablemente requiere:
- La búsqueda de formas eficientes y sostenibles de diseñar mejores dietas para la sociedad en sus diferentes contextos y lograr su adopción.
- La implementación de sistemas de uso eficiente y sustentable de la tierra, en los cuales se privilegie la conservación del suelo y su productividad de largo plazo.
- La mejora de las estructuras de mercado de insumos de producción y productos, así como el desarrollo de cadenas de proveeduría eficiente para productores de diferentes escalas.
- Generación de capacidades en productores y extensionistas, que permiten la adopción de tecnología apropiada de acuerdo con escala de producción, contexto de mercado y conocimiento local, esto invariablemente implica, que se combinen los saberes tradicionales con las tecnologías modernas.
- Diseño de estrategias de conservación de la biodiversidad asociadas a los sistemas agropecuarios de diferentes escalas y niveles tecnológicos, que contribuyan a un uso eficiente y respetuoso con el medio ambiente de la energía y el agua.
El desarrollo de estos componentes de un sistema alimentario eficiente y sustentable no se puede realizar de la noche a la mañana, exige la implementación de una estrategia de transición en la que se trabaje con:
- El diseño de herramientas de planeación que permitan estimar escenarios de sistemas agroalimentarios sustentables en una amplia diversidad de entornos productivos, de mercado, ambientales, sociales y económicos. Estas herramientas permitirán evaluar el efecto de dietas alternativas en la demanda de diferentes productos y su efecto en todos los subsistemas productivos, al mismo tiempo que brindan la oportunidad de evaluar la efectividad social, ambiental y económica de diferentes instrumentos de política pública que puedan conducir a trayectorias sustentables en los subsectores agrícola, ganadero, pesquero, forestal.
- El diseño de estrategias de desarrollo local, que aseguren las interacciones de consumo y producción necesarias para que los sistemas agroalimentarios sean sustentables.
- La identificación de alternativas productivas y de consumo que combinen el desarrollo tecnológico con los saberes tradicionales
- El desarrollo de estrategias ad hoc de generación de capacidades humanas y sociales eficientes de consumidores, productores y sociedad en general, que faciliten la transición hacia esquemas de producción y consumo más sustentables.
El reto es grande y requiere de la interacción de diferentes actores, academia en sus múltiples disciplinas, y sociedad en general, además del entendimiento de la problemática y estrategias de solución consensadas a nivel global.
Referencias
[1] Rivera, J. A., Barquera, S., González-Cossío, T., Olaiz, G., & Sepúlveda, J. (2004). “Nutrition transition in Mexico and in other Latin American countries” Nutrition Reviews, 62(7 II), S149-S157.
[2] Aburto, T. C. et al., 2016.
[3] Rivera, J. A., Pedraza, L. S., Aburto, T. C., Batis, C., Sánchez-Pimienta, T. G., González de Cosío, T., … & Pedroza-Tobías, A. (2016). Overview of the dietary intakes of the Mexican population: results from the National Health and Nutrition Survey 2012. The Journal of Nutrition, 146(9), 1851S-1855S.
[4] Ibarrola-Rivas, M., Granados-Ramirez, R., 2017. Diversity of Mexican diets and agricultural systems and their impact on the land requirements for food. Land Use Policy. 66 pp. 235-240.
[5] SIAP, 2019.
[6] Shamah-Levy, T., Cuevas-Nasu, L., Gaona-Pineda, E. B., Gómez-Acosta, L. M., Morales-Ruán, M. D. C., Hernández-Ávila, M., & Rivera-Dommarco, J. Á. 2018. Overweight and obesity in children and adolescents, 2016 Halfway National Health and Nutrition Survey update. Salud pública de México, 60(3), 244-253.
[7] Barquera, S. Campos, I, Rivera JA., 2013. Mexico attempts to tackle obesity: the process, results, push backs and future challenges. Obesity Reviews, 14 (52) pp. 57-78
[8] Stevens G, Dias RH, Thomas KJ, Rivera JA, Carvalho N, Barquera S, et al. 2008. Characterizing the epidemiological transition in Mexico: national and subnational burden of diseases, injuries, and risk factors. PLoS Med 17
[9] Nuñez, J., y Sempere, J. (2016). Estudio del mercado de producción, procesamiento, distribución y comercialización de la cadena de maíz-harina/nixtamal-tortilla en México. El Colegio de México, México