Juan Manuel Torres Rojo
Los incendios forestales se consideran a nivel mundial la causa más importante de pérdida de cobertura vegetal (Weisse & Goldman, 2017). El efecto de los incendios sobre la vegetación es variable, ya que algunos ecosistemas dependen de estos fenómenos para mantener su condición, mientras que otros, menos adaptados, sufren cambios drásticos en su composición, estructura y dinámica sucesional (Rodríguez-Trejo, 1996; Taylor 2000). El estrés o daño a la cobertura forestal originada por estos siniestros crea varias distorsiones tanto a nivel local como regional. El resultado inmediato a nivel local es la afectación de la cantidad y calidad de servicios ecosistémicos (González, 1993; Benavides y MacDonald, 2005; Merlo y Rojas-Briales 2000), así como la contaminación de agua, suelo y aire (Hashim et al. 2004). Estos daños suelen asociarse con pérdidas económicas, sociales y culturales vinculadas a la salud, pérdida de vidas humanas y daños a la infraestructura (Frankenberg et al., 2004). A nivel paisaje los efectos más comunes son: incremento de la erosión, inundaciones o azolve prematuro de reservas de agua (Benavides y MacDonald, 2005; Merlo y Rojas-Briales 2000), reducción de la productividad de los suelos originando cambios de uso de suelo en el corto plazo (Mills y Meldad 1987; Certini, 2005), seguidos de un proceso de desertificación de las áreas afectadas.
En México la incidencia de incendios forestales es un problema importante. Las estadísticas de la Comisión Nacional Forestal muestran que en el periodo 1970-2018, el promedio anual de número de incendios fue de 7,087 (Desv. Est=2,538 ha), con una superficie anual afectada promedio de 253,395 ha (Desv. Est=189,500.597 ha) y una superficie de afectación promedio por incendio de 109 ha/incendio (Desv. Est=107) (Torres-Rojo, 2020). A pesar de que la superficie afectada es importante, la mayor parte de los incendios son superficiales (menos del 20% por temporada; CONAFOR, 2020), por lo que el efecto negativo es menor comparado con los destructivos incendios de copa que suceden en otras latitudes, como los que se han documentado en días recientes en el norte de estado de California, Oregon y Washington (https://www.nifc.gov/fireInfo/nfn.htm), en la Unión Americana, o aquellos que han consumido casi 11 millones de hectáreas tan solo en este año en Rusia (https://news.mongabay.com/2020/07/photos-show-scale-of-massive-fires-tearing-through-siberian-forests/).
Los incendios forestales en México y el mundo tienen regularmente origen antropogénico (FAO, 2007) aunque existe una gran cantidad de factores que promueven su presencia. En décadas recientes, el cambio climático (Westerling et al., 2006; Marlon et al., 2009) y la generación de mayores volúmenes de combustible, producto de las acciones de supresión de incendios (IPCC, 2007), han generado cambios importantes, tanto en los patrones de precipitación y sequía, como en la cantidad de combustibles acumulados que pueden alimentar eventos de gran magnitud. El resultado final de estas alteraciones es la mayor dispersión, frecuencia, tamaño y severidad de incendios forestales (IPCC, 2007).
México no ha sido la excepción a estos cambios, el siguiente gráfico (Figura 1) muestra la tendencia del promedio y la desviación estándar móviles para un periodo de t años (i.e. esto es, el promedio y desviación estándar se calculan desde la primera observación disponible hasta la observación en el año t) de la superficie afectada por incendios. En ella se puede apreciar la tendencia creciente de ambos estadísticos, además de la existencia de ciclos de longitud entre 10-12 años, en los cuales las tendencias promedio tienen un aumento significativo, sin duda asociado tanto al aumento de eventos extremos (grandes incendios) como al incremento de la superficie afectada promedio
Figura 1. Media y desviación estándar móviles de la superficie afectada por incendios forestales a nivel nacional.
Los incendios forestales son eventos que tienen cierta estacionariedad, sin embargo, los eventos extremos, esto es, grandes incendios no tienen esta estacionariedad (Read & Vogel, 2016). Estos eventos, conocidos como mega-incendios, tienden a presentarse cuando existen condiciones de temperatura y sequía extremas, así como disponibilidad de combustibles y poca preparación de la sociedad y agencias encargadas de la supresión, que hacen que se desborde la extensión de los eventos y causan una gran acumulación de superficie quemada.
En México, la ocurrencia de temperaturas y/o precipitaciones extremas están fuertemente vinculados a lo que se denomina la “Oscilación del Sur El Niño” (ENSO por sus siglas en ingles). ENSO se define como una anomalía (i.e. desviación del valor de la temperatura respecto de su valor normal) de 0.5 ºC por arriba (“El Niño”) o por abajo (“La Niña”) de la temperatura “normal” del mar en el Pacífico Ecuatorial. Este cambio de la temperatura del mar cambia los patrones de vientos y humedad que fluye a los continentes, alterando los patrones climáticos, estimulando la presencia de incendios.
Los efectos de “La Niña” y “El Niño” son variables en el país de acuerdo con la estación del año (fría o cálida) y la región (norte o sur). Por ejemplo, la presencia de “La Niña” durante la estación fría (Noviembre-Abril) reduce notablemente la precipitación en casi todo el país, mientras que en la estación cálida (Mayo-Octubre) aumenta la precipitación en el sur del país y la reduce en el noroeste. Por el contrario, la presencia de “El Niño” durante la estación fría incrementa la precipitación en casi todo el país a excepción de algunas regiones del sur, mientras que durante la estación cálida reduce la precipitación en el sur y la incrementa en el noroeste (Bravo-Cabrera, et al., 2017). Estos efectos sugieren que la aparición de un evento “El Niño” o uno “La Niña” de manera individual tienen efecto sobre la condición de temperatura y humedad, pero solo durante una estación y en una región particular. Sin embargo, cuando se presentan de manera secuencial el efecto es devastador. Un ejemplo es la aparición de un “El Niño” en un año y una “La Niña” en el año subsecuente. El resultado de esta combinación es un aumento en la precipitación en el año que aparece “El Niño”, lo cual favorecerá la formación de material vegetativo, particularmente arbustos y herbáceas. Esta gran acumulación de material vegetativo se transformará al final del periodo de lluvias en materia seca (exacerbada por el decremento en la temperatura de la estación fría) que se convertirá en un combustible ideal para que en el siguiente año, en una estación fría de “La Niña” (mayor temperatura y casi nula precipitación), pueda quemarse, precisamente en plena temporada de incendios. Algo similar ocurre con la presencia de dos eventos “La Niña” en años sucesivos, sin embargo, el efecto de estos eventos secuenciales será más drástico en el sur del país.
El siguiente gráfico muestra las anomalías de la superficie quemada por año y las anomalías de temperatura (debajo de los 0.5ºC) de acuerdo al índice ONI (Oceanic Niño Index) para eventos secuenciales “El Niño”- “La Niña” y “La Niña”-“La Niña. Observe la relación entre anomalías, sobre todo aquellas vinculadas con grandes anomalías de superficie quemada (línea azul) correspondientes a eventos que siguen en nuestra memoria por sus efectos devastadores para los bosques del país, como lo fueron los incendios de 1988, 1998, 2011 y el más reciente en 2017.
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Figura 2. Anomalías de superficie quemada e índices ONI.
Estas relaciones entre anomalías muestran que si bien predecir grandes extensiones de superficie quemada es una asignatura complicada, si es posible identificar la confluencia de factores causales que influyen en el aumento de la probabilidad de ocurrencia de incendios de grandes extensiones, o de un gran número de incendios. Esta información puede ser de gran utilidad para enfrentar estos siniestros o realizar actividades preventivas. Observe, por ejemplo, las anomalías de los años 2017 y 2019. La primera está perfectamente correlacionada con clima extremo (secuencia “La Niña”- “La Niña”), sin embargo, la segunda (2019), asociada a la quema de un poco más de 630,000 ha, no está asociada a la presencia de un clima extremo, por lo que un exceso de material combustible acumulado (falta de acciones preventivas), o una falta de atención oportuna (recursos para realiza un combate eficiente) sin duda fueron las causas más plausibles de la acumulación tan alta de la superficie quemada en 2019. Este año 2020 es un año en el que se ha manifestado un “El niño” muy débil a principios de año (NOAA-Climate Prediction Center1), sin embargo, los sucesos observados en la Costa Oeste de Estados Unidos en las últimas semanas sugieren un “El Niño” más agresivo hacia la mitad y final del año. Ello indica que la posible aparición de una “La Niña” a inicios del año entrante podría brindar las condiciones para una temporada muy complicada de incendios para el año 2021 que podría ser devastadora si a ello se añade la ausencia de los recursos humanos y materiales para realizar actividades de prevención y control de incendios. Ojalá las autoridades responsables a nivel federal, estatal y municipal prevengan el alto riesgo de la siguiente temporada de incendios en el país y tomen las medidas necesarias para realizar labores de prevención y estar preparados para el combate de estos siniestros.
Referencias
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Bravo-Cabrera, J. L., Azpra-Romero, E., Zarraluqui-Such, V., & Gay-García, C. 2017. Effects of El Niño in Mexico during rainy and dry seasons: an extended treatment. Atmósfera, 30(3), 221-232.
Certini G (2005) Effects of fire on properties of forest soils: a review. Oecologia 143, 1–10. doi:10.1007/S00442-004-1788-8
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Weisse, M.; Goldman, E. 2017. Global Tree Cover Loss Rose 51 Percent in 2016. World Resources Institute. https://www.wri.org/blog/2017/10/global-tree-cover-loss-rose-51-percent-2016.
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