Valor no es necesariamente lo mismo que precio. El valor no necesariamente tiene una expresión monetaria (no así el precio, que siempre se expresa en dinero). Primero hablemos del valor. En el mundo actualmente domina una visión de valor subjetivo de las cosas, esto es, las personas o sociedades deciden qué valor asignan a los elementos que rodean su entorno, incluso las personas tienen un valor para nosotros, para algunos, algunas personas valen más que otras, la naturaleza, los seres vivos, incluso las ideas, los recuerdos, todo puede tener un valor y es subjetivo, es decir cada persona elige qué valor asignar a qué cosa. No entraré aquí en una discusión sobre si debiera o existe un valor objetivo, me atendré a suponer que en un momento determinado una sociedad elige (por ejemplo, de manera democrática) que algo vale. Por ejemplo, las sociedades modernas eligen que el medio ambiente, la no discriminación, la justicia, entre otras cosas, valen.
Los problemas empiezan cuando justamente aquellas cosas que valen, valen más para unos que para otros. Kenneth Arrow, premio Nobel de Economía en 1972, demostró que no es posible satisfacer a todos al mismo tiempo. Los acuerdos entre grupos son difíciles, siempre habrá alguien insatisfecho y esto radica en que todos tenemos distintas formas de ver el mundo. Si para uno vale más ayudar a la gente en pobreza, para otro vale más mantener la integridad de los ecosistemas, y para otro vale más que la economía crezca, empiezan los desacuerdos entre valores. Se impondrá el más fuerte, el que tenga mejores argumentos, mayor poder o más dinero. No se puede todo en la vida por el hecho rotundo de que nuestro mundo es finito, si se jala la cobija de un lado se descobija del otro. El mundo es un sistema complejo que se interrelaciona y genera trade-offs entre cosas que queremos, hay innumerables ejemplos de cosas que se contraponen a otras a pesar de que todas sean deseables.
Ante esta disyuntiva la humanidad necesitamos un sistema de intercambio que permita ponderar dichos valores, establecer un orden de prioridad o cuando menos los mínimos permisibles (o éticos) de cada cosa que queremos. Por ejemplo, si nuestro objetivo es crecer económicamente, entonces podemos poner todos nuestros esfuerzos en dicho camino pero manteniendo un nivel aceptable de contaminación, de afectación a los ecosistemas y un nivel mínimo de condiciones laborales, por ejemplo. Para fortuna, o no, de nosotros, ese sistema de intercambio existe aunque no queramos, asignamos ponderación a las cosas aunque no se exprese en términos monetarios, nuestras decisiones revelan qué priorizamos sobre qué. Los gobiernos lo hacen al establecer presupuestos para cada rubro o privilegiar unos proyectos sobre otros.
Un último concepto, a partir de 1997 un artículo publicado en Nature, generó un boom de publicaciones (ver imagen abajo) sobre el valor económico de las cosas que nos da la naturaleza. Por ejemplo, ¿cuánto vale la sombra de un árbol? ¿cuánto vale el agua que nos dan los bosques? ¿cuánto vale el dióxido de carbono que secuestra el suelo y los bosques y selvas? Estas preguntas que parecieran filosóficas empezaron a tener respuestas cuantitativas en este tipo de literatura. Sin embargo, así como sucedió esa explosión de literatura también surgieron sus detractores muy pronto. Apenas surgió la práctica de la valoración económica de la naturaleza empezaron las voces indicando que se estaba mercantilizando la naturaleza. Hay otras visiones que ven a la valoración económica de la naturaleza como un mal necesario o como una visión parcial que no considera otras interacciones entre los seres humanos y la naturaleza. Como indica Ortega et al. (2019) el miedo a la mercantilización de la naturaleza no parece que terminará pronto.
Fuente: Costanza et al. (2017).
El problema con esta falta de consenso entre académicos, organizaciones y en general entre las personas que están en pro del medio ambiente es que los ecosistemas se están acabando porque las sociedades están tomando decisiones y no se detienen a esperar que les demos el dato o concepto correcto. La información mejora la toma de decisiones, en ausencia de información es más probable que el tomador de decisión asigne un valor de cero a algo que vale.
A algunas de las personas que les importa el medio ambiente les representa un verdadero terror decir el valor económico de un servicio que presta la naturaleza es x. Les causa incomodidad porque suponen que entonces ese valor será inmutable, atemporal y el mismo para todo contexto en todo lugar. Póngase a pensar que no vale lo mismo una Coca Cola en la tiendita de la esquina que la misma Coca Cola en el desierto, el valor que le asignará las personas será muy distinto. Pasa así con la valoración de la naturaleza, que digamos el día de hoy el valor económico de una hectárea de selva por el servicio de regulación del clima es x, no quiere decir que dicho valor permanecerá igual para todos y para siempre, evidentemente, si la selva cada vez se hace más escasa entonces x tenderá a infinito. La última hectárea de selva tropical en el mundo valdrá lo mismo que la Mona Lisa, tendrá un cordoncito alrededor y solo los más pudientes podrán ir a admirarla.
Aquí es donde introduzco el concepto que quiero ilustrar en el título de este escrito. Que algo tenga un precio p no quiere decir que ese sea su valor. Si alguien está dispuesto a conservar un bosque por un precio p que tiene un valor de v, donde v > p, entonces es una buena decisión para la sociedad. Pero, si me rehúso a conocer v (o por lo menos tener un aproximado) porque estoy mercantilizando la naturaleza, entonces hago más probable que el tomador de decisión piense que v = 0 y que actúe en detrimento de la naturaleza. Si pienso que v = 0 aceptaré vender el manglar a cualquier precio p > 0 por hectárea para poner un hotelote. Seguramente para algunas personas que estamos trabajando para el medio ambiente el valor de v es infinito (o cuando menos altísimo), piénsese en un(a) hijo(a), cuánto vale un(a) hijo(a) propio(a), es invaluable, uno daría su propia vida por él o ella, pero la realidad es que las demás personas no le darán el mismo valor. Un gobierno tampoco le dará el mismo valor a nuestr@s hij@s, de manera indirecta revelará el valor que tienen para este por medio de la inversión pública, en salud, en educación, en seguridad. Suena drástico, pero este es la ponderación que una sociedad le da a las personas y también al medio ambiente. Por tanto, conocer los valores v es importante, saber la diferencia entre v y p es muy importante, y todavía más, conocer en qué contextos dichas cantidades suceden, es cuando hay poco de ello, cuando hay mucho, es cuando hay personas alrededor, cuando no hay nadie. Un error muy común entre los propios economistas que se dedican a valorar la naturaleza es generar un dato puntual sin indicar cómo cambia ese dato cuando las circunstancias cambian (por ejemplo, cuando un ecosistema se hace más escaso). Si no informamos bien en qué circunstancias el dato es válido y si se refiere a valor o precio seguiremos fomentando la tan temida mercantilización de la naturaleza.
Me atrevo a concluir invitando a que tod@s los que estamos a favor del medio ambiente usemos los medios (éticos) que están a nuestro alcance para defender la causa noble de defender los ecosistemas. Es muy poderoso definir y redondear conceptos, pero los causantes, conscientes o no, de la pérdida acelerada de los ecosistemas no están esperando a que nos pongamos de acuerdo. Para nosotr@s vale mucho la naturaleza, busquemos los mejores precios para defenderla.