Por Adela Salinas
Cuando se realizaron los Foros Escucha durante el último trimestre de 2018, antes de que Andrés Manuel López Obrador tomara la presidencia formalmente, se pretendió dar inicio a un nuevo modelo en el que se propiciara el diálogo entre el nuevo gobierno y la sociedad. La idea era escuchar, sobre todo, a las personas agraviadas por la violencia.
Personas de nacionalidad mexicana, autoridades locales, organismos y especialistas en construcción de paz ayudaban a organizar numerosas dinámicas de participación en los distintos sectores de la población, entre los que destacaban las familias de las personas desaparecidas y personas de los pueblos originarios, víctimas de numerosas injusticias como despojo, amenazas, estigmatización, criminalización, tortura y muerte. Era fundamental saber los “cómo” y con base en ello, promover políticas de Estado, generar acciones horizontales con empatía y sensibilidad para lograr una verdadera transformación positiva hacia la paz.
Han pasado dos años y parece que sigue esa confusión centenaria entre lo que significa construir paz y lo que es pacificar porque mientras la construcción de paz investiga la raíz de la problemática, hace un discernimiento y promueve —a través de numerosos mecanismos de escucha activa, comunicación no violenta y buen trato— procesos de diálogo entre las partes en pugna, la pacificación se ocupa de aplacar, mantener el control, castigar, estigmatizar e imponer, sin mayor pretención de averiguar y hacer un análilsis sobre la problemática en cuestión y, mucho menos, tener voluntad política de acercamiento, reconciliación y generación de acuerdos.
Mientras la construcción de paz sabe que el conflicto no es violencia, sino un visibilizador oportuno de la problemática que sirve para observar y deshacer justo el nudo que imposibilita las relaciones humanas para transformarlas positivamente, la pacificación no tolera el conflicto y prefiere aplacarlo de forma violenta.
Pero la violencia tiene muchas aristas y la más agresiva es justamente de la que se derivan las demás, pues opera, como una pandemia parecida al Covid 19, de forma invisible, contagiosa y creciente hasta provocar la asfixia y la devastación total. Además, se esconde tras una moral construida por un sistema opresor y añejo que se ha consolidado verticalmente para asistir (no resolver y mucho menos transformar), con un patrón paternalista y desde arriba, a quienes están sentenciados, por la estructura del sistema, a permanecer abajo. Pero lo más perverso de esa violencia, es que quien la ejerce no se da cuenta de su violencia (pues es víctima del mismo sistema) y, más aún, pretende que está haciendo lo correcto cuando en su ejercicio es claro que el patrón de la desigualdad (producto de esa verticalidad) no sólo persiste, sino crece a grandes proporciones.
Asistir, desde esa perspectiva, es hacer creer que se escucha por completo, pero en realidad tiene el oído abierto para lo que sí se quiere escuchar y cerrado para lo que le causa problema; es hacer creer que se está caminando hacia una transformación, pero en realidad se tiene la punta de un pie en la problemática y el otro, con todo el peso, está dispuesto a ejercer el impulso de huída.
Mientras que la construcción de paz acepta que diferir es un derecho que fomenta la negociación para facilitar acuerdos, la pacificación rechaza cualquier reclamo o protesta que no convenga a sus intereses particulares y acalla, desde el peldaño más alto de esa verticalidad, a quien da un punto de vista distinto.
Miguel Álvarez Gándara, Premio Nacional de Derechos Humanos, 2017, ya lo habría explicado durante los Conversatorios para la Educación y Construcción de Paz que se hicieron en la Vicerrectoría Académica de la Ibero, en 2019: “Desde el punto de vista de los estudios académicos, estudios civiles y análisis de la propia ONU, la pacificación es el concepto atrasado de la paz que se establece de arriba a abajo, como una acción de autoridad, y, cuando se hace referencia a los paradigmas profundos, donde se toma en cuenta el proceso de los actores sociales, siempre se habla de construcción de paz.”
Así, #ElDerechoADiferirEsLaPaz es un hashtag construido justamente desde la diversidad de ideas de las personas que colaboran en el Laboratorio para la Resolución de los Conflictos Socioambientales para lanzar un pronunciamiento por la preocupación compartida sobre la estigmatización y violencia que se ejerce sistemáticamente hacia quienes se oponen a los megaproyectos, pero también es una invitación a reflexionar, con una mente circular y el corazón abierto y receptivo, sobre el respeto a esa diversidad de pensamiento como un ejemplo para decantar los mecanismos de la pacificación y caminar, en consecuencia, sobre el ejercicio de la construcción de paz.
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