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El paisaje, buscando su definición

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  • José Alberto Gallardo Cruz
  • 1 de julio de 2020

Al igual que para otros términos utilizados de manera cotidiana en ecología, para el concepto de paisaje existen varias definiciones. Desde las primeras propuestas hasta las más actuales, el término ha sufrido una notable transformación que ha generado debates importantes sobre la concepción del espacio y la escala en el paisaje. El debate más fuerte se ha dado en torno a si la definición debiera establecer los límites de la escala del paisaje, además de referirse exclusivamente a grandes extensiones de terreno, o si ésta debiera ser menos restrictiva en cuanto a sus criterios de inclusión. Gran parte del problema deriva de que la palabra paisaje en sí posee una fuerte carga semántica que sugiere un significado antropocéntrico. Este hecho es particularmente notorio en las dos primeras definiciones científicas propuestas para el término. Humboldt (1808) habló del paisaje como “el carácter total de una región” incluyendo el hogar del hombre con dimensiones culturales, económicas y físicas, mientras que Troll (1968) lo definió como “… la entidad espacial total del espacio humano habitado”.

A medida que la ecología del paisaje progresaba, a la definición del concepto se fueron incorporaron tanto procesos ecológicos como atributos geomorfológicos que denotaban la existencia de una configuración espacial en el paisaje. Por ejemplo, Forman y Godron (1986) afirmaron que “el paisaje es visto como un área de tierra compuesta por grupos de ecosistemas que interactúan y se repiten a lo ancho y largo de su extensión”, mientras que Green et al (1996) definieron el paisaje como “una configuración particular de topografía, cobertura vegetal, uso de suelo y patrones de asentamientos que delimitan cierta coherencia en los procesos naturales y en las actividades culturales”. Todas estas definiciones están sesgadas hacia un paisaje visto desde la perspectiva humana, ya sea en la escala (grandes extensiones de terreno) o en los elementos que lo conforman.

En la década de 1990, justo cuando la ecología del paisaje se constituyó como una de las disciplinas científicas de mayor crecimiento, se hizo patente la necesidad de generar una definición que abarcara la gran variedad de estudios publicados en este campo, de manera que la definición de paisaje permitiera estudiar los procesos ecológicos en la escala y desde la perspectiva del objeto de estudio. El paisaje tenía que ser algo más que un lugar, algo más que un sitio geográfico o que un mosaico de tipos de coberturas. En realidad, el paisaje debía ser el contexto físico y funcional en el que los procesos ecológicos y sus organismos involucrados tuvieran lugar a diferentes escalas espacio-temporales. En ese entonces incluso surgió la propuesta de considerar al paisaje como un nivel de organización que, al igual que el organismo, carece de escala. En este sentido, es importante reconocer que los procesos ecológicos son multiescalares, por lo que la dimensión del paisaje está en función del proceso particular que se desee estudiar. Por ello, la escala o el nivel de paisaje no debiera existir.

A la par de la eliminación de la escala como componente integral del concepto de paisaje, se hizo evidente que tanto la configuración espacial como la heterogeneidad en el sistema son dos elementos comunes y esenciales en todas las definiciones, ya que la heterogeneidad espacial existe en todas las escalas de análisis. Esto motivó el planteamiento de dos nuevas definiciones que son el resultado de la transformación de cómo se concibe el paisaje. Así, Farina (2000) lo definió como “una configuración espacial de parches de las dimensiones relevantes para el fenómeno bajo consideración”, mientras que Turner y colaboradores (2001) establecieron que “un paisaje es un área espacialmente heterogénea en por lo menos un factor de interés. En este trabajo el paisaje se concibe como un mosaico espacialmente definido de elementos que difieren en sus propiedades cuantitativas o cualitativas. Esta definición abarca tanto paisajes acuáticos como terrestres de cualquier dimensión (i.e. aescalar) y conserva a la heterogeneidad espacial del sistema como un elemento crucial para definir y estudiar el paisaje.

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